Bernard Lahire. "La magia está en todas partes y dice mucho de nuestras sociedades"
El sociólogo francés, que visitó el país para presentar sus dos últimos libros, observa quién mantiene el "poder de decir" en la sociedad contemporánea y subraya la presencia persistente de lo sagrado

Bernard Lahire vino a Buenos Aires a presentar dos libros, invitado por Siglo XXI y el Instituto Francés. Uno bastante largo, todavía disponible sólo en francés, y que cuenta sobre un cuadro histórico: Ceci n'est pas qu'un tableau. Essai sur l'art, la domination, la magie et le sacré (Esto no es sólo un cuadro. Ensayo sobre el arte, la dominación, la magia y lo sagrado). El otro es pequeño, de urgente actualidad, y afortunadamente ya ha sido traducido: En defensa de la sociología. Contra el mito de que los sociólogos son unos charlatanes, justifican a los delincuentes y distorsionan la realidad (Siglo XXI). La divergencia temática no sólo habla de las diversas capacidades de este sociólogo, profesor de la Universidad Lumière Lyon 2, sino también de un compromiso con ciertas preocupaciones. Lahire no es estrictamente un sociólogo del arte, ni de la educación, ni de la literatura, si bien todas esas áreas han sido objeto de sus indagaciones. Más profundamente, al francés le inquieta la desigualdad, su origen y sus efectos: quién tiene el poder de decir, de determinar el valor de las personas o las cosas, cómo se establecen las relaciones de dominación y qué consecuencias tienen.
Que la charla sea en el Hotel Lyon, de Congreso, sobre un cuadro comprado por el Museo de Bellas Artes de Lyon, con un profesor nacido en Lyon que enseña en esa ciudad puede considerarse predestinación o casualidad. Lahire sonríe, más divertido que enigmático.
Sus publicaciones en general están dedicadas a problemas contemporáneos. ¿Por qué el interés por un cuadro del siglo XVII?
Hay un caso notable detrás de Ceci n'est pas qu'un tableau. Un cuadro perdido, del que súbitamente se encuentran tres copias, y una disputa por la autoría. Es la historia de una pintura de Nicolas Poussin, maestro del clasicismo nacido en Francia, que hizo su carrera en Italia. Su cuadro La huida a Egipto, un tema bíblico clásico tomado de Mateo, se conoció durante mucho tiempo sólo por textos que lo mencionaban: sus imágenes, su fecha de creación, 1657. En 1665, por ejemplo, Gian Lorenzo Bernini, el gran escultor italiano, que admiraba a Poussin, hace un comentario despectivo sobre este cuadro. Pero después se pierde el rastro.
En el origen, el misterio.
Y después también. A partir de 1980 se encuentran varias pinturas que corresponden a su descripción. Pero entre el siglo XVII y el XX, nada. Hay varios aspectos interesantes. Primero, el largo tiempo trascurrido entre la pérdida y la recuperación. Luego, una primera consagración: nada menos que Anthony Blunt, el historiador de arte que dirigió la colección de la reina de Inglaterra, determina la autenticidad del primer cuadro hallado. Tangencialmente, es el mismo Blunt que resultó ser un espía de la KGB, como parte de un grupo de Cambridge, descubierto a fines de los años noventa.
Parece una película de Hitchcock...
Con varias tramas. Porque luego se encuentra otro cuadro, en Versalles. El juicio de Blunt, un experto reconocido, es concluyente, de modo que este otro es considerado una copia. Pero en Francia hay quien piensa que este ejemplar podría ser en realidad la gran pintura de Poussin. Se suscita una controversia. Se hacen estudios de laboratorio, no del todo concluyentes: las dos obras son del siglo XVII, por el estilo, los pigmentos, entre otros aspectos. Finalmente, los historiadores franceses llegan a la conclusión, tras la muerte de Blunt, de que la tela de Versalles es el original de Poussin. En el ínterin, se descarta una tercera obra en disputa, que resulta ser una copia del siglo XIX. Entonces, la pintura que era considerada verdadera aparece luego como una copia. Y alcanza estatus de verdadera la "pequeña" obra de Versalles, una tela que no había pertenecido a ninguna gran colección. Esa pintura, que no valía nada, es reconocida como el original, y el Museo de Bellas Artes de Lyon paga por ella 17 millones de euros.
Un juicio estético con consecuencias materiales contundentes. ¿Qué hay detrás de estas transformaciones?
Como sociólogo, lo que me interesa de esta historia es la magia social alrededor del arte. Como un acto de fe, el toque de una varita mágica. ¿Quién tiene la varita mágica para convertir la calabaza en carruaje, el sapo en el príncipe encantado, la copia en original? No todos los historiadores del arte tienen el mismo poder. Lo mismo ocurre con la política o el periodismo: hay grandes figuras, cuya palabra vale más que la de otros. Todo esto muestra que vivimos en un mundo que está lleno de magia, aunque nos gusta pensar que vivimos en un mundo secularizado, donde la religión está relativizada. La tesis del libro es que lo sagrado existe por todas partes, que la magia existe y que tiene que ver con el establecimiento de diferencias.
¿De qué diferencias se trata?
Hay categorías de objetos que no tienen el mismo estatus que otros. Los museos son un poco como las iglesias: separan los objetos que son útiles de los objetos que son para contemplar, dignos de admiración. Y, como decía, está la fuerza de la palabra de ciertas personas, que pueden dictaminar: "Esto es un Poussin". Hay un cuadro de Magritte que dice, debajo de la representación de una pipa: "Esto no es una pipa". Pensando en esa provocación titulé el libro: "Esto no es sólo una pintura". Porque hay mucho valor que excede el de la tela. Son varias las personas e instituciones que dieron valor a la pintura. La municipalidad de Lyon hizo un esfuerzo de recaudación que movilizó a muchas personas, empresas, el Estado como mecenas. Lo que buscaba era llevar admiración a la ciudad, para tener gloria artística, una atracción turística. El juego es también, evidentemente, económico.
¿Dónde estaba antes el cuadro?
Era propiedad de una familia burguesa. La abuela tenía el cuadro en el comedor y, cuando murió, sus hijos dijeron que no querían pinturas religiosas. Lo sacaron del comedor y lo pusieron en un depósito: es muy grande, no iba a entrar en sus departamentos. Estuvo en un depósito húmedo, frío, hasta que lo pusieron en venta en una subasta. Y entonces comienza a producirse la transformación, que culmina con la compra. Estudié la escena en que el cuadro llega al Museo de Bellas Artes. Personas con guantes blancos desenvuelven el cuadro y se explica que se lo ha dejado en reposo 48 horas para que se acomode a la temperatura del lugar. Todo en una atmósfera de respeto. Se muestra el cuadro, la gente aplaude. Estaban allí la directora del museo, notables del lugar, autoridades de la ciudad. Se lo cuelga en la pared: nueva ronda de aplausos, la gente se abraza. Para mí es una escena extraña. Hasta un chico hace el saludo militar al cuadro. ¿Por qué todas esas efusiones, por qué los fotógrafos? Ésa es la magia.
Vamos de Hitchcock a Flaubert, pero no para entender la ciencia sino la magia.
Es que la magia está en todas partes y dice mucho de nuestras sociedades. Está en los rituales políticos, en los rituales universitarios, en los deportivos. Los ídolos deportivos son como dioses vivientes: todos los quieren tocar. Volviendo a Poussin, es interesante reflexionar sobre el juicio de la historia y cómo se renueva. A Bernini no le gustó La huida a Egipto pero ahora es una obra de arte. Los pintores consagrados deben atravesar los distintos juicios de la historia. Otro caso interesante es el de Vermeer, hoy considerado un maestro pero hasta no hace mucho tenido por artista menor. Incluso, como se ve claramente en este caso, es necesario saber si el cuadro es de la mano del autor: hay una suerte de fetichismo. Uno no se pregunta si lo encuentra bello: se pregunta si es de Poussin. Tenemos la ilusión de que dejamos las creencias, que somos sociedades seculares. Pero tenemos nuestros ritos: las inauguraciones, el bautismo de una nave, la entrega de diplomas. Estoy convencido de que a pesar de la ciencia y la tecnología, de que hablamos de política como de un juego racional, nuestro mundo está lleno de creencias. Subsiste una separación entre lo sagrado y lo profano. Lo profano no tiene significado especial, es ordinario. Lo sagrado, en cambio, está vinculado con el poder: es la magia social que autoriza a crear valor. Lo que me interesa es la arbitrariedad del valor, que puede verse tanto en el arte como en la política o en la economía.
Esto nos lleva sin querer al otro texto que vino a presentar, En defensa de la sociología. Lo escribió en parte como respuesta al libro de Philippe Val, un ex director del semanario Charlie Hebdo: Malaise dans l'inculture (Malestar en la incultura). ¿La sociología necesita defensa?
Val dijo, después del atentado a Charlie Hebdo, que el problema que estaba detrás era el "sociologismo", entendido como la comprensión de los delincuentes. Pero en realidad apuntaba a la sociología, a la que vincula con una supuesta "cultura de la excusa" que justificaría los atentados. La expresión existía antes de que él la usara, en boca de políticos de derecha como Nicolas Sarkozy pero también del propio Partido Socialista. Circulan acusaciones de que la sociedad ha sido demasiado laxa, demasiado permisiva. Que hace falta más represión. Es un debate complejo, pero a mi parecer estas opiniones atacan las ciencias sociales en general.
¿De qué modo?
Lo que Val dice de la sociología muestra que hay una falta de conocimiento, por parte de las élites, de lo que hace un investigador de ciencias sociales. Tras los nuevos atentados, volvió sobre este tema el propio Manuel Valls, quien dijo que explicar el yihadismo es un poco excusarlo. Quiero responder a ese malentendido: la sociología no justifica, la sociología no juzga. Lo que hace es tratar de describir rigurosamente y de entender. En ese sentido es amoral, no es normativa. Explicar no es justificar.
Pero usted habla de la capacidad emancipatoria de la sociología al permitirnos entender ciertas determinaciones sociales. ¿No hay allí un valor implícito?
Son dos cuestiones diferentes. En el sentido que usted lo plantea, sí, la sociología es normativa. Porque las ciencias sociales son hijas de la democracia. Hace falta que la sociedad quiera saber sobre el estado del mundo para hacer posible esos estudios. Eso desde ya es un valor. Al decir la verdad sobre el mundo, uno está haciendo política. Pero hay algo más: el sociólogo no puede decir "esto está bien, esto está mal". Ahora bien, el hecho mismo de hablar de la verdad no sólo depende de condiciones políticas y de valores sociales, sino también de que los efectos de lo que se dice producen valores. Por ejemplo, con respecto a la desigualdad. Mostrar que hay desigualdad en la educación, que las escuelas no tienen los mismos recursos, deja en evidencia los límites de los discursos democráticos sobre la igualdad. En tiempos de monarquía absoluta no tenía sentido decir "hay desigualdades", porque ésa era la regla, lo normal.
Propone enseñar ciencias sociales en la escuela primaria.
Sí, hice una propuesta amplia, que está resumida en el libro. Se dice que la sociología es muy controvertida, muy compleja, que los alumnos no la van a entender. Pero los chicos pueden aprender sobre el mundo social. La sociología es como la historia y la geografía: son disciplinas universitarias. Hay debates en la historia, sobre los métodos, no hay acuerdo sobre los procesos de colonización, por ejemplo. Pero se enseña historia. Creo que la sociología se puede enseñar por el espíritu de investigación. Los chicos pueden aprender a describir el mundo social: ver cómo juegan sus compañeros en el recreo; diferencias y semejanzas entre chicos y chicas. Aprender a observar, a encontrar las palabras para describir las situaciones, a interpretar los datos recogidos. Se trata de un ejercicio muy democrático: escuchar al otro.
En su libro se refiere a la desigualdad dentro de los países y entre ellos, pero no usa las palabras "colonialismo" o "imperialismo".
Lamento no haberlas usado. No se puede comprender el estatus de la migración sin esas palabras. Nuestros inmigrantes a Francia provienen de antiguas colonias o de países con los que hemos tenido relaciones de dominación. No explotamos a los inmigrantes norteamericanos. Generalmente son cuadros superiores, diplomáticos, investigadores. La cuestión de la dominación es central.
Biografía
Bernard Lahire es sociólogo, profesor en la Universidad Lumière Lyon 2 y director del Grupo de Investigación sobre la Socialización. En español publicó El trabajo sociológico de Pierre Bourdieu. Deudas y críticas, Para qué sirve la sociología y En defensa de la sociología (todos por Siglo XXI)
Por qué lo entrevistamos
Porque es un sociólogo que practica su ciencia y a la vez reflexiona sobre ella, sus alcances y responsabilidad