El caso de las cuatro casonas y la zona de Belgrano que se está transformando por completo
Las edificaciones modernos ganan terreno en el que supo ser el barrio del “caserón de tejas”, que en las últimas seis décadas cambió su fisonomía
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“Barrio de Belgrano, caserón de tejas”. La frase que Cátulo Castillo inmortalizó en el recordado vals, poco refleja la actualidad de esta zona de la ciudad de Buenos Aires. Las obras en construcción se volvieron parte del paisaje y las típicas casonas dejan su lugar a las torres de departamentos. En algunos sectores del barrio, algunas aún sobreviven gracias a algún tipo de protección patrimonial. Pero son cada vez menos.
“Con mi marido nos mudamos acá desde Boulogne por una cuestión de seguridad y porque nos gustaba el barrio de casas bajas y arboleda. Nos parecía un lugar tranquilo. Pero desde hace unos años vemos cómo se destruyen todas las casas para hacer edificios inmensos, la verdad es muy triste, es otro barrio”, dice Mónica, vecina de la zona de Virrey Loreto y Arcos, que vive días agitados con construcciones por doquier.
Se trata de la zona del barrio de Belgrano que está entre la avenida Cabildo y Luis María Campos, cerca del límite con Palermo. En efecto, en la cuadra de Arcos al 1400 se transita entre volquetes y el movimiento incesante de obreros ya que cuatro casonas fueron tapiadas recientemente para dar paso a una nueva obra que se suma a otra en la misma manzana.
“Ya no me sorprende, como vecina lo tomo como algo natural”, dice Pilar, quien las observa desde la vereda de enfrente donde se levanta una mega torre. “Es verdad que son casonas hermosas, pero entiendo que, a veces, son difíciles de mantener. De todas maneras, creo que se debería llegar a un término medio y los nuevos edificios deberían conservar algo de la arquitectura original que caracteriza al barrio”, agrega.
Por su parte, Natalia Kerbabian, artista plástica, arquitecta y creadora del proyecto cultural de registro de memoria demolida llamado Ilustro para no olvidar, vive también en el barrio y asegura que ya puso en marcha una ilustración sobre estas casas con destino incierto.
“Lo que pasa con estas cuatro casas que fueron tapiadas nos impacta de manera profunda, porque lo que vemos generalmente de manera paulatina se hace de golpe. En general, estamos tan inmiscuidos en la vorágine diaria que no lo apreciamos, pero pasa en todos los barrios. La destrucción es continua y sistemática y no tan paulatina como pensamos”.
Y agrega que se trata de una cuestión de cooperación y de armonía hasta biológica, una cuestión de calidad de vida, de recepción de luz, de sol, de calidad ambiental. A esto se suma todo el acervo cultural e histórico”, agrega la artista, que recibe el 6 de este mes la Declaración de Interés para la Comunicación de la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires por su proyecto que concientiza sobre la topofilia.
Las mencionadas casas cuentan con una protección cautelar, dirigida a proteger a aquellos inmuebles que representan una referencia formal y cultural del área. Esta medida busca preservar la integridad e imagen de un edificio y, por lo general, protege la fachada mientras que permite intervenciones en su interior. Según pudo averiguar LA NACION, estas casonas serían preservadas, dado su incorporación dentro del proyecto arquitectónico que se desarrollará en el lugar, de manera que no correrían peligro de demolición.
Barrio de contrastes
Explica María Laura Escobar, vecina desde 2001, que Belgrano vive desde hace unos 15 años entre el progreso y la pérdida de identidad. “Solía ser un remanso de casonas señoriales, calles arboladas y una atmósfera residencial, que hoy se encuentra inmerso en un boom de construcciones que amenaza con borrar su esencia histórica e identidad”, advierte.
Y añade que la fiebre de los desarrollos inmobiliarios convirtió lotes que albergaban emblemáticas casonas de estilo francés o italianizante en torres de departamentos modernos, vidriados e impersonales. “Cada demolición de una de estas viviendas tradicionales no solo significa la pérdida de un patrimonio arquitectónico, sino también un golpe a la memoria del barrio. Las antiguas residencias, con sus detalles en madera, vitrales y jardines frondosos, eran testigos silenciosos de una época en la que Belgrano combinaba elegancia y tranquilidad. Hoy, en su lugar, se alzan edificios que priorizan la densidad y el rendimiento económico, muchas veces sin diálogo con el entorno”, explica.
Y asegura que los vecinos están preocupados por cómo repercutirá “lo que no se ve”, como desagües y cañerías, es decir, infraestructura que debería ser tenida en cuenta a la par de lo que se construye “arriba”.
Según cuenta Silvia Vardé, profesora en Historia y presidenta de la Junta de Estudios Históricos de Belgrano, el barrio estaba conformado por caserones, algunos eran palacetes de principios del siglo XX, muchos de ellos levantados con materiales traídos desde Europa. Estos dibujaban un paisaje muy similar a lo que es actualmente el sector conocido como Belgrano R, que se replicaba por toda la zona. Esto perduró hasta la década del 60 cuando comienzan a construirse los edificios de departamentos de siete u ocho pisos, en formato de pisos o semipisos. “Con los años se multiplicaron y a muchos se les empezó a sumar cocheras. Eran esos edificios que aún se ven que tienen espacio entre medianeras”, explica.
A finales de los 60 y principios de los 70 se levantaron los famosos edificios torre con cochera y jardín alrededor. “Pero el gran boom inmobiliario en Belgrano comenzó en los 90 porque vivir en Belgrano se había convertido en un símbolo de estatus, casi imprescindible para quienes pretendían ocupar un sitio más elevado en la escala social”, dice Vardé.
A partir de entonces se sumaron las edificaciones con grandes entradas y recepciones, todo tipo de servicios como pileta de natación, laundry, SUM, etc. Vardé sostiene que esto trajo aparejado una pérdida de la fisonomía del barrio que, además, ahora está superpoblado.
Por su parte, Marcelo Magadán, arquitecto especializado en patrimonio histórico, también reflexiona sobre los cambios que llevaron a Belgrano de una zona de quintas y casonas al barrio actual. El especialista recuerda que, en la primera mitad del siglo XIX, la zona era atravesada por un camino que salía de Buenos Aires e iba hacia el norte. Aquella Buenos Aires no era mucho más que un conjunto de manzanas ubicadas en lo que hoy sería el centro de la ciudad.
“El trazado de ese camino coincidía con el de la actual avenida Cabildo y, si bien había algunas construcciones dispersas en la zona, la ocupación continua y sostenida del barrio comenzó a mediados del siglo XIX, a partir de la fundación de Belgrano que, junto con Flores, fueron pueblos pertenecientes a la provincia de Buenos Aires hasta fines de la década de 1880”, detalla Magadán.
Y afirma que las diligencias, luego el ferrocarril y más tarde el subterráneo, fueron los medios de transporte que dieron la conexión necesaria para que la zona se consolidara y creciera a través de los años. En forma gradual, la ocupación se extendió primero en forma horizontal, con la ocupación de terrenos libres y, a partir de las décadas de 1950 y 1960, en vertical, lo que acentuó la tendencia a reemplazar las construcciones bajas existentes por edificios en altura.
“En estos últimos años esta situación se potenció por la normativa de planificación vigente cuyas reiteradas modificaciones sirvieron siempre para incrementar los índices constructivos, lo que se traduce, básicamente, en aumento de las alturas permitidas. El resultado lo podemos ver cuando caminamos por las calles de un barrio donde pocas construcciones antiguas subsisten y en el que los edificios elevados, en torre o entre medianeras, fueron borrando la línea de horizonte y ocultando la luz solar”, concluye Magadán.
Para Escobar, más allá del avance urbano, el desafío es encontrar un equilibrio que permita evolucionar sin olvidar lo que alguna vez hizo único a este rincón de la ciudad.
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